El mundo transita por la peor recesión de la posguerra. Por cuenta de la globalización, la crisis estadounidense se propagó entre las entidades financieras más grandes del mundo. Ninguna nación está exenta de los efectos perversos de la inestabilidad financiera.
Con una banca estable y rentable aumenta la prosperidad y el bienestar; una banca quebrada trae pobreza y miseria. Las dificultades de las instituciones financieras generan profundos desajustes económicos y sociales. En Colombia, a diferencia de lo ocurrido en las naciones industrializadas, donde el crédito se paralizó, precipitando el colapso de las economías, la banca continuó prestándole al sector productivo y a los hogares, mitigando la caída de la producción nacional.
La principal inquietud que se tiene hacia adelante es cómo detectar oportunamente los riesgos detonantes de crisis y qué medidas son apropiadas para reducir sus efectos. Gran parte de las normas que en el futuro se estarán proponiendo en el exterior ya forman parte del andamiaje jurídico del sector financiero colombiano.
En Colombia, la ocurrencia de dos crisis financieras en el último cuarto de siglo indujo un proceso sostenido de endurecimiento de la regulación y supervisión sectorial. Esto previno que el país se hubiese visto más afectado por la crisis financiera internacional. No obstante, la regulación nacional ha restringido la capacidad de crecimiento del sector. El país está más cerca de una economía sobreregulada que de una des-regulada. Si bien el exceso regulatorio ha protegido al país de los choques externos, no nos ha permitido crecer al ritmo requerido para superar el estatus de país en desarrollo. Si el país desea acelerar su desarrollo, precisa mayores inversiones en el sector financiero con base en la generación interna de fondos.