La principal falla del crecimiento económico de Colombia en el largo plazo es la escasa contribución de la productividad de sus factores. Esta no aumenta sostenidamente, de modo que no acelera la expansión de la producción ni mejora sustancialmente la competitividad de la oferta de bienes y de servicios. El gasto en investigación y desarrollo es ínfimo y, por tanto, no genera procesos dinámicos de innovación ni progreso tecnológico. Las tasas de ahorro y de inversión son bajas. En consecuencia, los mercados financieros domésticos son poco profundos. Además, la regulación y supervisión financieras tienden a ser represivas: frenan la innovación, obstaculizan la bancarización, impiden la competencia y, en suma, limitan la profundización. Aunque es el resultado de un proceso de decisión democrático, el tamaño del estado es muy grande. Al mismo tiempo, el sector público no genera ahorro, invierte poco y su gasto improductivo desplaza el gasto privado. En estas condiciones, la economía debe complementar la escasez de ahorro doméstico con inversión extranjera. Sin embargo, el régimen cambiario no es amigable con ella. Paralelamente, la economía no se ha integrado con éxito al resto del mundo. La infraestructura, sobre todo vial, está rezagada. Genera sobre costos que lesionan la competitividad de la producción nacional. En general, aunque ha mejorado durante la última década, el entorno institucional frena el crecimiento, porque arrastra pesados lastres: hay inseguridad jurídica, tramitomanía, impunidad, violencia, irrespeto de contratos y no se acatan plenamente los derechos de propiedad.
Hacia adelante, por tanto, los retos que tenemos como sociedad para dinamizar el crecimiento, acelerar el desarrollo y combatir la pobreza son múltiples. Entre ellos, hay uno que resulta fundamental: aumentar sostenidamente la productividad de nuestros factores de producción.