La desaceleración de la actividad económica doméstica significa un retorno hacia el crecimiento potencial, inducido, entre otras cosas, por la normalización de la política monetaria entre comienzos de 2011 y 2012. Esta previno el recalentamiento de la economía, evitó un desbordamiento del crédito y salvaguardó la estabilidad financiera. Al mismo tiempo, los episodios internacionales de aversión al riesgo en 2011 y 2012 contribuyeron a estabilizar los precios de los activos domésticos, con excepción de la vivienda. Su valorización representa un riesgo menor que en otros auges, porque no ha sido acompañada por un endeudamiento hipotecario exagerado, que ponga en riesgo al sistema bancario.
La fragilidad del entorno internacional amenaza llevar la tasa de crecimiento doméstica debajo de la potencial. Los riesgos a la baja sobre el crecimiento mundial podrían materializarse de manera abrupta y pronunciada si, en primer lugar, no se establecen consensos sólidos en la Unión Europea para distribuir los costos del ajuste fiscal y financiero; si, en segundo lugar, no se logra un acuerdo sobre la política fiscal en Estados Unidos, que eleve el techo de la deuda y prevenga un retiro del estímulo en el corto plazo; o si, por último, China sufre un aterrizaje forzoso por un descenso pronunciado de su inversión doméstica.
Para comenzar a minimizar los efectos de un choque externo por la materialización de estos riesgos, el BR disminuyó 25 puntos básicos su tasa de interés mínima de expansión, en lo que podría constituir el comienzo de un ciclo de relajamiento de la política monetaria. Si resulta necesario continuarlo, el BR cuenta con un espacio relativamente amplio, gracias a que retiró a tiempo el estímulo anterior. Además, en la actualidad el riesgo inflacionario es bajo. Sin embargo, para que la política esté en capacidad de llegar rápidamente a la economía, conviene que se contrarreste el drenaje de liquidez que ha tenido lugar durante los dos últimos meses, por cuenta del aumento de los depósitos del Tesoro en el Emisor. Una ejecución más dinámica de la inversión pública y un giro más expedito de las regalías podrían contribuir a este propósito, al tiempo que ayudarían a sostener la demanda interna y la actividad económica.