Los resultados del sector externo colombiano fueron excelentes en 2011. Gracias a un ambiente internacional benigno la mayor parte del año, los ingresos corrientes y de capital aumentaron más rápido que los egresos correspondientes, de manera que la liquidez y la solvencia externa mejoraron en una magnitud apreciable. La acumulación de reservas internacionales fue cuantiosa. Con base en ella su saldo ascendió a un máximo histórico. Durante el año la deuda externa permaneció en la tendencia decreciente que sigue desde 2004. Por tanto, la vulnerabilidad de la economía a choques externos disminuyó. Los elevados precios de las materias primas exportadas sostuvieron unos términos de intercambio muy favorables, con base en los cuales el ingreso nacional aumentó y se dinamizó el crecimiento. El país recuperó el grado de inversión. Las primas de riesgo soberano permanecieron muy bajas, a pesar de la turbulencia internacional desatada por el empeoramiento de la crisis fiscal −y financiera− en Europa y por la falta de consenso en el Congreso sobre la política fiscal en Estados Unidos. Los ingresos por exportaciones de bienes aumentaron a una tasa muy rápida, con base en el mayor valor de las ventas de productos tradicionales. Este se incrementó sobre todo por sus crecientes precios internacionales. Las no tradicionales repuntaron del estancamiento que sufrían desde 2009. Las importaciones también crecieron de forma veloz, pero menos que las exportaciones. En consecuencia, aumentó el superávit comercial. Este contribuyó a evitar una profundización del déficit en la cuenta corriente, con lo cual no aumentó la exposición a los riesgos externos.
A pesar de estos desarrollos afortunados, surgieron algunas amenazas. La plétora de ingresos externos, provenientes en buena parte del auge minero energético, sostuvo la fortaleza del COP. Esta genera el grave peligro de deteriorar la competitividad de los demás sectores de la economía y de estimular el gasto en bienes no transables. Por tanto, entraña el riesgo de generar una reasignación de recursos en detrimento de los sectores transables diferentes de los de minas e hidrocarburos –la industria y el agropecuario−, que en ese evento perderían participación en el producto en el mediano plazo, con efectos adversos para el empleo. De esta manera, se mantuvo la propensión al contagio de la enfermedad holandesa. Además, la composición de las exportaciones continuó concentrándose en los productos primarios. Al mismo tiempo, persistió la poca diversificación del destino de las ventas externas en Estados Unidos y Europa, de donde proviene también la mayor parte de la inversión extranjera y de las remesas. Esta poca variedad de los mercados y las fuentes de los ingresos externos hace que éstos queden muy expuestos al desarrollo de la crisis en ciernes en esos países, o en todo caso a su lento crecimiento esperado.
Es preciso entonces reiterar que para mitigar el riesgo de contagio de la enfermedad holandesa se requiere mejorar la competitividad de la economía y suavizar la apreciación del tipo de cambio, mediante la generación ahorro público en la parte ascendente del ciclo, la eliminación del rezago en la infraestructura, la remoción de las distorsiones en los mercados financieros y en el laboral, una reforma tributaria estructural y una mejora institucional que erradique la corrupción y asegure un cumplimiento más eficiente de los contratos.