Dos décadas después de iniciada la apertura, la economía colombiana continúa cerrada, sus exportaciones poco se han diversificado y se concentran en unos pocos mercados. La falta de éxito radica, por una parte, en la alta protección que ha tenido toda la economía, junto con la excesiva que se ha otorgado a algunos sectores considerados “sensibles”. La poca competencia ha retrasado el progreso tecnológico y permitido a los empresarios nacionales obtener buenas rentabilidades produciendo ineficientemente para el mercado doméstico, sin preocuparse por incursionar en los externos. De esta manera, se ha impedido un mejor aprovechamiento de las ventajas comparativas y una asignación óptima de los recursos, al tiempo que se ha perpetuado una baja productividad. Además, por otra parte, la competitividad de la economía permanece estancada por las falencias de las instituciones, las distorsiones regulatorias en los mercados de factores – particularmente en el laboral y los financieros−, la falta de competencia en los mercados de bienes, la escasa capacidad innovadora y el retraso de la infraestructura de transporte.
En estas circunstancias, la aprobación del tratado de libre comercio (TLC) entre Colombia y Estados Unidos (EU) constituye una gran oportunidad para profundizar la apertura, mejorar la competitividad, acelerar el crecimiento económico y apurar el progreso social en nuestro país. Si se aprovecha plenamente, el TLC puede llegar a ser un vehículo para combatir la pobreza y mejorar el bienestar de la población colombiana, porque puede dinamizar la acumulación de factores productivos y el progreso tecnológico en Colombia, así como propiciar un conjunto de cambios institucionales favorables para su desarrollo económico. Un aprovechamiento cabal podría inclusive ayudar a prevenir el contagio de la enfermedad holandesa (EH), si se consigue modificar la composición de la oferta exportable, introduciendo una mayor proporción de bienes manufacturados.
Desafortunadamente la economía colombiana perdió la ocasión de prepararse mejor para la entrada en vigencia de este TLC. Por eso debe hacerlo ahora de una manera eficaz. Mucho ayudaría a este propósito llevar a cabo una serie de reformas estructurales que han sido secularmente postergadas por sus “costos políticos”. Sin duda el valor presente de las ganancias en crecimiento y bienestar que se obtendrían con las reformas supera en este momento su “costo” y cubre una mayor proporción de la población que la que se vería perjudicada por ellas.