A pesar que las amenazas sobre la actividad económica mundial han disminuido, el balance de los riesgos sigue inclinado a la baja por la fragilidad financiera y el peligro de una deflación en Europa, por la posibilidad de una crisis financiera en China y por la eventualidad de un tránsito demasiado rápido hacia la normalidad monetaria en los Estados Unidos. Por estas contingencias la probabilidad de que las economías emergentes sufran choques externos no es despreciable. Si no se materializa ninguno de ellos, de todas maneras es previsible que siga encareciéndose la financiación externa para las economías emergentes y estrechándose su acceso a los mercados internacionales de capital, por el retiro de los estímulos monetarios no convencionales en los Estados Unidos.
En ese entorno externo menos favorable, los inversionistas internacionales se han vuelto más adversos al riesgo de los países emergentes. Por eso, para minimizar las pérdidas de recursos externos y las desvalorizaciones de activos en episodios de alta volatilidad, así como para conservar el acceso a los mercados financieros internacionales, las economías emergentes deben mantener la confianza de los inversionistas en su estabilidad política, macroeconómica y financiera.
Por fortuna Colombia tiene muchas ventajas comparativas, que le permiten diferenciarse de otros países emergentes en épocas de incertidumbre en los mercados financieros. La primera es su estabilidad política, macroeconómica y financiera. La segunda es la credibilidad de sus políticas monetaria y fiscal, cuya adecuada combinación logró una baja inflación, un crecimiento sostenido y la consolidación fiscal. Gracias a estas fortalezas, el país recuperó el grado de inversión para su deuda pública y los estrategas de inversión recomiendan una mayor exposición de los portafolios a las obligaciones del gobierno colombiano.
Sin embargo, tiene algunas debilidades que debe mejorar, para convertirlas en otras ventajas comparativas con base en las cuales puede reforzar la confianza en épocas de alta volatilidad financiera. Quizá la más urgente sea aumentar su tasa de crecimiento potencial y lograr un patrón de expansión mejor balanceado entre las distintas ramas de la producción. Para lograrlo, el país debe mejorar su competitividad en pilares como las instituciones, la infraestructura, la educación, la innovación y el progreso tecnológico, que son aquellos en los cuales acumula los rezagos más amplios con las economías más avanzadas. También requiere unas políticas eficaces de transformación productiva para la industria y la agricultura, para que estén en capacidad de contribuir a las exportaciones con una oferta diversificada, que les sirva conquistar los mercados externos.
Por último, para reforzar su estabilidad macroeconómica y financiera, debe evitar un mayor déficit en la cuenta corriente y asegurar que en su financiación no ganen protagonismo los flujos de inversión de portafolio.