• El país debe conocer el decidido aporte del sector financiero al crecimiento de la nación,
representado en la generación de valor agregado y empleo formal, en la financiación del sector
real y proyectos de infraestructura, y en el manejo eficiente de las finanzas públicas. En la última
década el crecimiento promedio anual del sector financiero fue de 6,6%, casi doblando la tasa de
crecimiento del PIB nacional durante el mismo periodo, que alcanzó el 3,5%; esto nos convirtió
en la más potente locomotora relativa a nuestro tamaño.
• Vemos con preocupación que desde algunos sectores se viene impulsando un discurso que
socava principios básicos de la economía de libre mercado, como lo son la renta y los costos de
productos y servicios. Esto se convierte en una amenaza para la empresa privada, pero
especialmente para el sector financiero, el que, a pesar de ser de lejos el más regulado
prudencialmente, se ha convertido en el blanco preferido de reiterados ataques. Muy
posiblemente, hemos fallado en lograr explicarle a la opinión que nuestros buenos balances son
buenas noticias para el país, o que nuestros activos no son la riqueza de unos pocos, sino el
ahorro del público y el patrimonio de decenas de miles de pequeños accionistas.
• Somos conscientes de los grandes retos que tendremos que afrontar en la próxima década, no
solo como sector, sino como país. La informalidad y el sobreuso del efectivo nos han impedido
intermediar mejor los recursos del público. Es nuestro deber hacer frente a estos desafíos, así
como reducir la brecha del sector rural frente a la población urbana, en cuanto al acceso a los
productos y servicios de la banca. Creemos firmemente que la solución radica en implementar
una visión innovadora, que permita a los usuarios acceder a un ecosistema de pagos digitales,
en ambientes seguros, y acompañados de sistemas de aprendizaje en línea y en planteles
escolares.