- En el primer semestre del 2022, el déficit de la cuenta corriente bordeó 5,9 % del PIB, un nivel alto si se le compara con el resto de la región latinoamericana. Frente a años anteriores el nivel es similar al observado en 2021 y solo inferior al registrado en 2015, año en el que el choque petrolero generó un significativo desbalance comercial que, aunque se ha venido corrigiendo, aún continúa explicando gran parte del desbalance externo.
- En los últimos años, la principal fuente de financiación del desbalance externo ha sido la Inversión Extranjera Directa y, en la última década, la entrada de flujos al país por este concepto ha sido, en promedio, del orden de 3,8% del PIB. Otras fuentes de financiación relevantes han sido las inversiones en portafolio y el endeudamiento, este último con gran relevancia durante el año 2020 en el contexto de la pandemia por COVID.
- La persistencia de un déficit en cuenta corriente alto cobra especial atención, principalmente por sus potenciales efectos en la economía. La literatura al respecto es amplia y mixta, y aclara que el hecho de que los efectos sean tolerables o excesivos depende de las condiciones inherentes del país, así como de la forma de financiamiento.
- A partir de ejercicios econométricos se estima el efecto que tiene el aumento del déficit en cuenta corriente sobre la prima de riesgo del país. Asimismo, es evidencia que un aumento de esta prima tiene una incidencia negativa sobre el crecimiento económico.
- A la luz del panorama retador que enfrenta el país, para reducir la vulnerabilidad asociada a los altos niveles de déficit en cuenta corriente se debe trabajar en hacer frente a problemas estructurales como i) el bajo nivel de apertura comercial, ii) la baja dotación de infraestructura para el comercio y iii) la poca diversificación de la canasta exportadora que nos hace depender de la volatilidad de los precios internacionales de las materias primas.
- La diversificación de la canasta exportadora, que debe ser un objetivo de las políticas de gobierno, deberá darse a la par de un proceso de transición energética gradual que reconozca la importancia del sector minero-energético sobre el balance externo, fiscal, la inversión y el crecimiento económico.