Hasta hace unos lustros y antes de la gran evolución de la internet, la identidad de una persona se limitaba a documentos físicos emitidos por entidades públicas. Hoy, gracias al amplio uso de tecnologías de la información y a la incorporación de innumerables servicios de internet en los diferentes dispositivos, se puede hablar de identidad digital, un elemento que ha pasado de ser una tendencia a convertirse en una realidad.
• La identidad digital está constituida por diferentes tipos de datos según el usuario tenga o no la intención de revelarlos. Esto da lugar a una identidad declarada, compuesta por aquella información que revela expresamente la persona; a una identidad actuante, según las acciones que esta lleva a cabo; y a una calculada o inferida, según el análisis de las acciones que realiza la persona.
• Según una encuesta del Banco Mundial de 2014, alrededor del 18% de los adultos excluidos económicamente no pueden acceder a los servicios financieros (ya sea a través de un banco o un proveedor de dinero móvil) porque carecen de los documentos necesarios para probar su identidad. En todo el mundo, por lo menos 1.500 millones de personas no tienen un documento de identidad oficial – la mayoría de ellos en África, Asia y América Latina.
• Para lograr que la implementación de las tecnologías y técnicas de análisis de datos en el sistema financiero sean exitosas, es fundamental que el modelo de negocio sea sostenible y que su desarrollo se adapte a las necesidades particulares de los consumidores. Además, desde la regulación, también se requiere la posibilidad de crear productos financieros de forma no presencial y que, como medio de conocimiento del cliente, se acepte su identidad digital, con el fin de mantener un balance entre los nuevos requerimientos del mercado, la estabilidad del sistema y la protección a los consumidores.