Transcurre uno de los años más complejos en materia económica y los urgentes ajustes en materia fiscal y de competitividad, sobre los cuales gravita aún un amplio grado de incertidumbre, invitan por supuesto a la reflexión sobre la importancia de la dinamización de ahorro y el fortalecimiento de los pilares con los que enfrentaremos los grandes retos que nos impone esta nueva realidad. Si bien el mercado y los analistas hemos venido señalando la importancia de acelerar el anhelado proceso de recomposición productiva y sectorial, este, sin embargo, no ha sido inmediato.
Existen, no obstante, varias medidas que pueden reducir el periodo de transición: i) ajustar la estructura tributaria de forma que garantice una mayor competitividad al sector productivo y resulte más favorable a la inversión, ii) aumentar la provisión de bienes públicos encaminados a mejorar la productividad (infraestructura, vías terciarias, etc.) y ii) elevar la relación capital-trabajo en los sectores transables de baja tecnificación.
Pese a que existe un relativo consenso de que la inversión representa y continuará representando un papel protagónico en este proceso, lo que no se suele mencionar quizás con el mismo tono es la necesidad de que esta inversión debe estar sustentada, en lo posible, en un mayor ahorro doméstico si queremos evitar desbalances externos que conduzcan posteriormente a un marcado ajuste en el sector real. Los retos en materia de ahorro, sin embargo, no son menores. De hecho, mientras la contracción esperada en el ahorro público por la caída de los ingresos minero-energéticos no será compensada por el ahorro privado, con los niveles actuales de déficit en cuenta corriente el ahorro externo tampoco podrá seguir financiando los niveles de inversión deseados. Un incremento en los niveles de ahorro doméstico luce, en este contexto, apremiante.
La no muy buena noticia es que, en materia de ahorro privado, los hábitos de ahorro de los colombianos arrojan un sabor agridulce. Encuestas recientes revelan que cerca del 63% de las personas ahorra en efectivo, un hecho que obstaculiza la canalización de los recursos del ahorro hacia la inversión, mientras que tan solo el 22% de las personas ahorran a través de instituciones financieras. Esta baja participación, según revelan los estudios, deriva del hecho de que cerca del 44% de los colombianos considera no poseer los recursos suficientes para dicho propósito. Por su parte, cerca de 15,7% no ahorra por los costos asociados a las cuotas de manejo y las comisiones, y cerca de un 11% debido a las bajas rentabilidades.
Hay que precisar, sin embargo, que muchas de las razones que se esgrimen se derivan en buena parte del desconocimiento y/o falta de educación financiera. En efecto, actualmente las entidades financieras ofrecen productos libres de cuotas de manejo, especialmente diseñadas para ahorros de bajo monto. En materia de costos de los servicios financieros, el crecimiento de los precios de los productos financieros ha venido cayendo significativamente a partir de 2012 e, incluso, se mantiene por debajo de la inflación total desde diciembre de 2014.
Todo esto nos invita a señalar que fortalecer los mecanismos de ahorro formal focalizando los esfuerzos en educación financiera continua siendo parte de las tareas pendientes. La mayor información asociada a la formalidad le permite a las entidades bancarias incrementar el crédito en sectores antes poco visibles, profundiza el mercado de crédito, y contribuye al crecimiento y al desarrollo económico.
Aumentar la tasa de ahorro interno, a través de la formalización del ahorro de los hogares, es una tarea en la que el Gobierno y el sector privado deben dirigir sus esfuerzos. Avanzar en este propósito permitirá reducir la brecha inversión-ahorro, más aún cuando el nivel actual de déficit de cuenta corriente sigue siendo la principal fuente de vulnerabilidad externa. Esto, desde luego, nos permitirá incrementar la tasa de autofinanciamiento de la inversión nacional y reducir la dependencia al crédito externo.