El resultado inesperado de la economía colombiana en el tercer trimestre de 2012, cuando creció al 2,1% anual, plantea inquietud sobre su trayectoria futura. Problemas institucionales y choques adversos de oferta llevaron a un descenso sorpresivo de la inversión, de la construcción y de la producción minera y de hidrocarburos, que condujo a una desaceleración del PIB más allá de lo previsto. Como es posible que el consumo privado no haya aumentado el ritmo en el último trimestre, la dinámica de la demanda interna y del crecimiento en éste y en los períodos siguientes dependerá sobre todo de la inversión.
La desaceleración insinúa que la producción comienza a caer por debajo de la potencial y que la tasa de crecimiento es mucho menor que la de largo plazo. La tendencia decreciente que exhibe la actividad económica es preocupante porque el entorno internacional podría desmejorar en cualquier momento, por los desacuerdos sobre la política fiscal en los Estados Unidos o por un desarrollo desafortunado de la crisis europea. Si estos riesgos se materializaran, la menor demanda externa, la perturbación de los mercados financieros y la debilidad de la demanda interna aumentarían la probabilidad de una recesión doméstica.
Para prevenirla hay que considerar la conveniencia de relajar las estrategias monetaria y financiera que adoptaron con excesivo rigor las autoridades, para evitar un recalentamiento de la economía y un desborde del crédito. Como advirtió Asobancaria oportunamente, extremar las medidas prudenciales para contener lo que parecía un incremento excesivo del crédito, entrañaba el riesgo de asfixiar la economía, si la coyuntura cambiaba de manera repentina. Sobre todo cuando la expansión crediticia era parcialmente el resultado de una profundización de los mercados y una mayor inclusión financiera, en las cuales el país tiene un rezago estructural respecto de las que corresponden a su desarrollo económico y social. Por fortuna el BR ha relajado su postura monetaria y cuenta con un espacio amplio para continuar.
Hay que tener en cuenta también que la reforma tributaria podría pronunciar la desaceleración de la actividad económica, a menos que sea compensada por una expansión eficiente del gasto público. Para conseguirla y para lograr el repunte requerido de la formación bruta de capital en obras civiles, edificaciones y minería, es apremiante superar los cuellos de botella que resultaron de la puesta en marcha de los nuevos esquemas institucionales para la administración y ejecución de las regalías, para la planeación y la realización de las obras públicas y las concesiones, para la minería y para la preservación del medio ambiente. Aquí hay una demora que entorpece el flujo de la inversión en esos sectores. Si no se quiebran esos cuellos de botella, no solo se resentirá la actividad económica en el corto plazo, sino que además no mejorará la capacidad de crecimiento de la economía en el largo plazo.
Minimizar el riesgo de que se prolongue la desaceleración de la actividad económica doméstica requiere, por una parte, superar los obstáculos institucionales que frenan la inversión. Y por otra, que las políticas monetaria y financiera promuevan un flujo de crédito abundante y barato al sector privado.