Después de estabilizar las cuentas públicas, los mercados financieros y la macroeconomía en la última década, la política económica tiene espacio para ocuparse ahora de los problemas estructurales que disminuyen la eficiencia de los mercados, frenan el crecimiento en el largo plazo y mantienen la inequidad en la economía.
A la política fiscal, luego de lograr la sostenibilidad de la deuda pública, obtener de nuevo el grado de inversión y recuperar la capacidad de implementar posturas contra-cíclicas, le corresponde ahora mejorar la equidad y remover las distorsiones que introdujo en los mercados de factores, al apremio de las circunstancias, para incrementar los ingresos tributarios.
Para este propósito, dos medidas parecen cruciales. En primer lugar, sustituir la financiación de la seguridad social con impuestos al trabajo por otro tipo de ingresos. En segundo lugar, hacer énfasis no solo en la sostenibilidad de las cuentas públicas, sino en la progresividad de la política fiscal. Al respecto, es fundamental entender que la equidad debe ser una preocupación de toda la política fiscal, no solo de la tributaria. En este sentido, una focalización del gasto público hacia los deciles más pobres de la población ayudaría a combatir la inequidad.
Es prudente advertir que la estrategia para perseguir la mejora en la equidad debe tener cuidado para no frenar el crecimiento y la generación de empleo, porque en caso contrario podría convertirse en un obstáculo para continuar reduciendo la pobreza.