La falta de demanda en las economías industrializadas más grandes amenaza con conducirlas nuevamente a una recesión, que tarde o temprano contagiaría también a las economías emergentes y en desarrollo. Por eso se requiere que las posturas monetaria y fiscal en esas economías permanezcan relajadas. Sin embargo, el espacio para prolongar la laxitud es más estrecho y la tolerancia de los mercados mucho menor que antes de la recesión de 2007-2009. En esas condiciones, el impacto de otra ronda de estímulos será menos potente que el de la anterior. Es posible que se logre implementar una segunda ronda de estímulos globalmente coordinados, que mitigue el riesgo de una doble la recesión. Pero para que su impulso sea más prolongado, es menester reducir el valor de las deudas de los hogares y los gobiernos de esas economías. Las más pequeñas de la periferia europea seguramente podrán reestructurar de manera ordenada sus obligaciones. Sin embargo, la restructuración de las que son sistémicamente más importantes no parece fácil. Tampoco lo es llevar a cabo alivios de las deudas hipotecarias. Además, la implementación de estrategias inflacionarias para reducir el valor de las deudas no luce viable. Por tanto, lo más probable es que tengamos que ver una recuperación lenta, muy por debajo del crecimiento potencial y con un desempleo alto y persistente en las economías avanzadas, mientras tiene lugar el largo proceso de desapalancamiento que sigue a las crisis financieras originadas por desbordamientos de crédito, auges hipotecarios y estallidos de burbujas en los mercados de activos.
Afortunadamente Colombia luce menos vulnerable que en otras ocasiones a los choques externos. El crecimiento está cerca del potencial y parece sostenible, si las condiciones externas no se deterioran gravemente, porque está balanceado, tanto por el lado de la demanda como por el de la oferta. Los desbalances macroeconómicos son menos profundos que en anteriores oportunidades y están financiados en mayor proporción por flujos externos más estables. La deuda pública tiene un menor riesgo cambiario y se ha alargado su perfil. El programa de consolidación tiene una senda creíble que hace sostenible la deuda. La liquidez y la solvencia externas son cómodas. Los regímenes monetario y cambiario permiten absorber de una manera flexible los choques externos. La tasa de cambio real está alineada con los fundamentales. La inflación es baja y estable y las expectativas inflacionarias están ancladas. Las autoridades cuentan con un marco sólido y con instrumentos más eficaces para implementar estrategias fiscales contracíclicas. No se han acumulado desbalances financieros protuberantes. Los auges en los mercados de activos se han moderado. El crédito se expande dinámicamente, pero de una manera sostenible. Además, el sistema financiero es sólido: está bien capitalizado y holgadamente provisionado. Sin embargo, las autoridades deben persistir en el tránsito de las posturas fiscal y monetaria a posiciones neutrales. Es deseable que la estrategia fiscal apoye en mayor medida el esfuerzo contra-cíclico, que en la coyuntura actual está recargado en la política monetaria. Solo procediendo de esta manera las autoridades podrán, mediante una mezcla de política mejor balanceada, abrir el espacio que se requerirá en el futuro para la implementación posterior de estrategias estimulantes. Mucho ayudaría a minimizar el impacto de los choques adversos sobre los mercados laboral y financiero, que se removiera definitivamente de ellos las distorsiones que persisten.