La magnitud y cobertura de la crisis financiera internacional requirieron la implementación de medidas extremas de política económica, que cuestionaron paradigmas firmemente establecidos en la teoría y en la práctica de las estrategias fiscales y monetarias, así como en la regulación y la supervisión financiera.
En política monetaria la crisis mostró la necesidad de esquemas más compresivos que el de inflación objetivo, que cuenten con un mayor número de instrumentos para alcanzar metas adicionales. Por tanto, en el futuro los bancos centrales estarán seguramente más comprometidos con la salvaguardia de la estabilidad financiera, siguiendo los acontecimientos en los mercados de activos, la evolución del crédito y los agregados monetarios. Se reservarán probablemente también la posibilidad de usar mecanismos expeditos para comprar activos distintos de la deuda pública, si las circunstancias lo exigen.
La crisis desafío la idea según la cual la profundización y la innovación financieras conducen a asignaciones eficientes de los recursos y aseguran la estabilidad. Probó que, en presencia de distorsiones en los mercados, con incentivos perversos y al amparo de una regulación y supervisión inadecuada, los resultados son exactamente al contrario. Sin embargo, para maximizar los beneficios sociales del desarrollo de los mercados financieros, evitando sus peligros latentes, las propuestas de reforma deben tener en cuenta que la crisis no afectó, ni se extendió uniformemente a los sistemas financieros de todos los países con la misma intensidad. En consecuencia, en algunas economías puede requerirse un endurecimiento de la regulación y la supervisión, mientras que en otras quizá lo pertinente sea la combinación de un relajamiento de las normas, con un monitoreo más estrecho de los riesgos sistémicos.
La poscrisis demostró que el estímulo fiscal es una herramienta contracíclica poderosa. Por este motivo, conviene siempre tener suficiente espacio para cuando se requiera implementarlo.
En las economías emergentes, donde los paradigmas en boga cedieron antes y más fácilmente al pragmatismo obligado por las circunstancias, tanto la política económica como la regulación y la supervisión financiera fueron más preventivas. Por eso asimilaron con propiedad el choque externo, minimizando sus consecuencias reales, sin arriesgar su estabilidad financiera.
Ojalá no olvidemos estas lecciones ahora, cuando enfrentamos el cambio climático y somos un imán para la inversión extranjera y el crédito externo.