El daño que el estallido de la última burbuja financiera infligió en los mercados e intermediarios financieros, en la actividad real y el empleo, forzaron un estímulo fiscal y monetario sin precedentes alrededor del mundo. Como la recuperación mundial será lenta, la prolongación de estas posturas laxas entraña riesgos, que pueden generar volatilidad en los mercados internacionales. Los excesos de liquidez alimentaron el año pasado un auge en los mercados financieros, que valorizó globalmente las materias primas y las bolsas, al tiempo que apreció la deuda pública y las monedas emergentes. Con excepción de algunas bolsas, las valorizaciones no lucen todavía exageradas, ni fueron acompañadas por auges del crédito. En consecuencia, puede descartarse por el momento la presencia de burbujas financieras. Sin embargo, si la liquidez no se recoge oportunamente, persiste el peligro que contribuya a inflar burbujas, desalinee las expectativas inflacionarias y genere inflación en el mediano plazo, cuando se cierre la brecha del producto y se reactive el crédito. Las economías emergentes serán más propensas a la aparición de burbujas, porque atraerán crecientes flujos de inversión extranjera y el crédito se recuperará más pronto en ellas. Si no permiten la flotación de sus monedas, importarán la laxitud monetaria de las economías avanzadas. Y ésta estimulará la inversión en activos domésticos.
Aunque en la valorización de los activos denominados en COP el año pasado brillaron por su ausencia los flujos de portafolio, la economía colombiana no es inmune al contagio de los auges y la volatilidad en los mercados financieros internacionales. Por eso es bienvenida la disciplina fiscal, que reduce la vulnerabilidad de los mercados domésticos a los choques externos. Sin embargo, ésta transfiere a la política monetaria una mayor responsabilidad para estimular la demanda interna. De esta manera, el BR enfrentará una “encrucijada del alma”, que puede perturbar las expectativas e incentivar la inversión financiera.