Las autoridades y los analistas coinciden en que la reactivación económica mundial está en curso. El disenso surge ahora sobre la sostenibilidad y los riesgos que enfrenta. El escenario más probable es el de una recuperación global lenta (en forma de “U”). Esta modalidad se impondrá probablemente en las economías avanzadas más grandes, donde el estallido de la burbuja inmobiliaria ocasionó pronunciadas pérdidas de riqueza, una descapitalización del sistema financiero, una contracción del crédito y un deterioro de su capacidad de crecimiento, que obstaculizan todavía un repunte sostenido de la producción y el empleo.
En las economías emergentes la recuperación puede resultar más rápida y firme (en “V”) porque la recesión se transmitió por contagio, a través de la pérdida de confianza y de un descenso en los ingresos externos, sin comprometer la solvencia de sus sistemas financieros. Sin embargo, la solidez de la reactivación en este caso dependerá de la prolongación de los estímulos fiscal y monetario, del efecto que tengan sobre las tasas de interés de largo plazo y de la posición financiera de sus agentes.
En Colombia, según las previsiones de los organismos multilaterales, las autoridades y el consenso de los analistas, las dimensiones de la crisis favorecen la posibilidad de una reactivación rápida, en razón a que la capacidad de crecimiento de la economía no desmejoró, se implementó una acertada respuesta contra-cíclica y el sistema financiero no resultó afectado por la recesión. Sin embargo, como el estímulo fiscal ha sido mínimo, la recuperación está en función de la prolongación del impulso monetario, de la generación de incentivos adecuados para la canalización de la inversión privada hacia la construcción de infraestructura y de la captación de un dinámico flujo de inversión extranjera.
Cualquiera que sea su forma inicial, existe el riesgo para la mayoría de las economías de que la reactivación se diluya en una recesión de caída doble. Esta puede ocurrir por tres causas: una nueva burbuja en los mercados de materias primas, un retiro prematuro de los estímulos fiscal y monetario o un empinamiento excesivo de la curva de rendimientos, que desplace el gasto privado. Colombia no es inmune a este desarrollo indeseable. Prevenirlo constituye un desafío para las autoridades.